lunes, 4 de marzo de 2013

No te dejes engañar.


Después de esquivar miles de obstáculos llegas a la mitad del camino, al enfrentamiento con tus problemas. Problemas que te hacen elegir dos caminos: el largo y el corto. El correcto y el incorrecto. A tu vista los dos parecen iguales, piensas que el resultado será el mismo, así que tu mente te dice que es mejor ir por el corto ya que tardarás menos, podrás escapar antes de tus problemas. Por lo que decides avanzar por el corto sin saber que te llevará a la destrucción, al aumento de tus problemas, al descontrol de tu vida, al adiós final. A la drogadicción.

-La verdad, si pudiera volver atrás cambiaría de opinión. En esos momentos no sabía lo que hacía, solo quería tranquilizarme, escapar... Tengo que reconocer que cuando caí, en mi mente apareció una sola pregunta: “Y ¿por qué no haber cogido otro camino?”

Me llamo Sara y a punto de cumplir los diecisiete años mi vida ha dado un giro de 180º, en todos los sentidos.

En los últimos años todo iba bien, todo era normal o eso era lo que quería creer. En el instituto estaba todo normal, mis notas son normales. Algún bien y esas cosas pero nada malo. Mientras que en casa… en casa las discusiones estaban presentes, como en todas las familias ¿no? Eso quería creer.

Te lo digo a ti por si me escuchas, si estás interesado te contaré mi historia. Nuestra historia.

Me levantaba de la cama un día más, ya no sabía qué día era, todos eran iguales. Me miraba al espejo y en mi mente solo sonaba la estúpida vocecita con la misma frase. “Otra vez la misma mierda de siempre” Una ya estaba harta de todo, entiéndeme. Los problemas cada día iban aumentando pero yo sonreía siempre sonreía. Después de quedarme un buen rato sentada en la cama, bajaba sin prisas. Sabía que no iba a haber nadie en casa, mis padres ya estarían trabajando. Así que cada mañana desayunaba sola. Siempre sola pero no importa. El caso es que era así todos los días. Iba al instituto y pasaba la mañana. La mañana fingiendo, era todo mentira y me di cuenta hace tiempo pero siempre callaba. Supongo que ese fue el primer motivo: Estaba harta de fingir.

Con el paso de los días los nervios iban aumentando, la desesperación, la rabia. Todo. Y quise ponerle un fin. ¿Cómo? De la peor manera que se me vino a la cabeza...

Sin pensarlo un día llegué del colegio y tan harta que estaba me empecé a tomar tranquilizantes, esos que siempre veía tomar a mi madre. Pensaba que no pasaría nada. Y eso fue justo lo que no pasó.

Cada día me iba viciando más a eso, a tomar y a tomar. Se convirtió en una necesidad que poco a poco se iba quedando pequeña. Así que pedí más, busqué ayuda donde no tenía que buscar.

Porros, cocaína… poco a poco fueron siendo mis “amigos’’ Me encerraba en mi habitación cuando venía de clases y ponía la música a tope. Y empezaba a salir de mí, me llevaba más allá… era… era un infierno. Pero me hice adicta a ellas.

Creo que todo el mundo se daba cuenta de lo que estaba haciendo, excepto yo, y aunque cada día mis padres estaban más tiempo en casa, preguntándome con cara de preocupación siempre salían palabras ofensivas hacia ellos. Cada vez que iba a clase la gente me miraba y evitaba acercarse a mí, aquellos que habían sido mis amigos desde siempre los fui cambiando por otros con los que no debí juntarme.

Cada sábado frecuentaba aquellos lugares a lo que antes no me acercaba. Y puesta de nuevo con las pastillas empecé a ir al botellón, con aquellos que disfrutaban de manera diferente. Todos los fines de semana, alcohol y drogas. Solo nos faltaba el rock and roll.

¿Cómo pude llegar hasta ahí?

No me daba cuenta de nada y cuando mi mente se daba cuenta yo la volvía a drogar y se despejaba sola. Hasta que llegó ese día… Como cada sábado iba al botellón pero ese sábado me encontré con alguien al que agradezco que me hubiera encontrado.

-¿Qué haces tú aquí?

Me preguntó una voz que venía de detrás de mí. Yo estaba tirada en el suelo como siempre, echa mierda. Cuando mis ojos repararon en él no caía quién era. Sus ojos estaban rojos y llevaba en las manos un vaso de alcohol y un porro en la otra. Era mi amigo de primaria, cuando pasamos al instituto nuestras vidas se separaron y ninguno sabíamos del otro. Quién diría que nos encontraríamos aquí y así.

-¿Desde cuándo estás con esto? Pensaba que eras más lista. – Me dijo tirando el porro al suelo para ofrecerme su mano para levantarme.

- ¿Y tú? Que yo sepa no soy la única que está con los ojos rojos y sin saber qué día es hoy. – Al escuchar mi contestación y al ver que no cogía su mano, se sentó en el suelo a mi lado con una sonrisa.

- Las cosas cambian con el tiempo y las personas con ellas. Tomamos caminos equivocados. ¿Verdad? – Decía mientras me miraba. Yo no era capaz de mirarle a la cara. Así no.

-Si sabes que es tu camino equivocado ¿por qué lo tomaste? ¿Y por qué no sales?

-Equivocadas relaciones y poca fuerza de voluntad para salir de él. ¿Te vale?

El silencio se apoderó de nosotros en ese momento y en lo que quedaba de noche. Supongo que cada uno tendría sus historias, sus razones y sus debilidades. Pero los dos sabíamos que por muchas debilidades, razones e historias no teníamos que haber hecho lo que hicimos, tomar lo que tomamos y rendirnos como nos rendimos. Por eso, empezamos a apoyarnos.

A partir de ese día empezamos a hablar de nuevo, a retomar la amistad que perdimos después de ese verano. Ninguno hablábamos de nuestras razones por la que hacíamos eso, ninguno en ese momento dejó de hacerlo. Yo intentaba no hacer el vicio más fuerte, aguantarme las ganas. Era imposible. Hasta ese día.

- Todo empezó aquel día, era nuevo en el instituto y para hacer amigos me invitaron a una fiesta. Yo acepté, claro está y fui sin saber lo que ocurriría. Una vez en la fiesta nadie se acercaba a mi lado, estaba sentado en un sofá viendo como bebían. No sabía que pintaba allí, cuando tenía la intención de irme un chico se me acercó. Me dijo que si quería, yo no sabía lo que me estaba diciendo pero él no paraba de insistir así que le dije que si, sin saber a lo que había dicho que si. Entonces fue cuando se sacó un porro del bolsillo y me miraba con una sonrisa. Me decía que esto no hacía nada, que me lo pasaría mejor; así que lo acepté.
Situaciones estúpidas llevan a decisiones estúpidas.

Desde ese día empecé en ese mundo. Iba a fiestas en donde nunca debían faltar el alcohol y las drogas, cada día un porro, diversión máxima. Me había convertido en lo que yo antes odiaba.

Tanto llegó mi adicción hacia ellas que empecé a cambiar. Cambié psicológicamente y físicamente. Mi cuerpo era un desastre, cada día más delgado, cada día con más ojeras y cada día con más ira. No me controlaba, no era capaz. Y en ese momento mi cuerpo dijo “BASTA’’.

Caí rendido al suelo, mi cuerpo temblaba y se me fue la vista. Tenía miedo, demasiado miedo. No sabía qué hacer, no podía hacer nada y en mi mente solo se me vino una pregunta a la cabeza “Y, ¿por qué no haber tomado otro camino?’’


 “Y, ¿por qué no haber pedido ayuda?”

 “Y, ¿por qué no haber pensado?”

“Y ¿por qué no simplemente haber dicho que no?”

- Desde ese día todo acabó. Me enteré de que le habían ingresado por sobredosis, en ese momento mi corazón se sobresaltó. Eso mismo me podía pasar a mí, eso mismo le puede pasar a cualquiera. Desde entonces pedimos ayuda los dos, a aquellos que antes habíamos alejado, a aquellos que habíamos dejado atrás. Pedimos ayuda, ayuda para así poder escapar de esa pesadilla que habíamos vivido.

¿Y por qué? Por haber jugado con fuego y no habernos quemado desde un principio.

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