26 de septiembre.
No sé cómo decírtelo, cada día te veo por los pasillos de este horrendo lugar y nunca me atrevo.
Cómo decirte que eres lo único que me da fuerzas, cómo decirte que sin ti me hubiera ahogado en esta tristeza... Cada visita tuya alegra cada rincón de esta sala, cada sonrisa tuya me da la vida que poco a poco voy perdiendo.
Me encantaría salir de aquí, mirarte, cogerte de la mano y salir corriendo... Llevarte a esos lugares que me describías desde que nos conocimos y poder tomar un buen café caliente en alguna terraza sin preocuparnos por lo que lleva. Siempre me dices que cada día estás más fea, que estás más pálida pero... yo te veo perfecta.
Recuerdo esas escapadas por la noche, cuando nos subíamos a la terraza a ver las luces de la ciudad y a planear lo que haríamos de mayores y cuando saliéramos de aquí. Tú no parabas de mirar la luz azul parpadeante del mirador del puente, sabía que querías subir allí y te prometí que te llevaría pero... no soy bueno en cumplir promesas. No soy bueno en nada, así que no sé porque me esfuerzo si sé que nunca te podré tener en mis brazos o al menos conseguir un beso tuyo... pero con estar a tu lado me conformo.
Cada noche pido a lo que sea que esté por encima del cielo que nunca te aleje de mi lado... No sé que sería si algún día desaparecieras antes que yo, no tendría sentido vivir.
Si algún día llegas a leer esta confesión espero haber sido capaz de atreverme y decírtelo antes. Espero haber sido capaz de cumplir todas las promesas que te hice y haberte cogido de la mano y salir de este infierno juntos. Pero... si por alguna razón no he sido capaz de hacerlo antes, lo siento...
Y sus lágrimas empaparon la hoja del diario.
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